A veces sentimos que ya no nos sorprendemos
tanto como al principio del viaje, y sea como sea, seguimos manteniendo la idea
de que no nos gusta ver fotos de los lugares a los cuales queremos ir. Por qué?
Porque queremos seguir sorprendiéndonos. Claro, después de ver 800 iglesias o
300 mercados, llega un momento en el que más o menos muchos se parecen. Pero
cuando se trata de la naturaleza sigue habiendo lugares increíbles que no nos
imaginábamos que existieran.
Esto nos pasó en la ciudad de Oaxaca, en el
estado con el mismo nombre. Una palabra rara para nosotros, aunque fácil
comparada con tantas otras tan comunes en México. Creemos que la palabra
Oaxaca, jamás pero jamás la hubiéramos pronunciado así si no hubiéramos
escuchado a otros decirla. Hoy, la tenemos incorporadísima a nuestro
vocabulario, como muchas otras de los países que visitamos.
Hace unos meses, en Guatemala, conocimos a
Summer, una chica de Estados Unidos que vive en Oaxaca. Nos veníamos escribiendo
y nos encontramos de casualidad cuando estuvimos en la costa. Ella no tenía
lugar para que nos quedemos en su casa y nos ayudó divulgando el pedido de
hospitalidad. La gente es tan genial, que recibimos algunas invitaciones. Así
fue como llegamos a casa de Kati, que es música, donde nos quedamos unos días
para conocer esta ciudad y sus alrededores.
El camino desde la costa tuvo 567 curvas, o
un poco más o un poco menos, no sabemos con exactitud. Lo que sí sabemos es que
fue bastante mareante y lleno de vegetación hasta la mitad del trayecto,
después se hizo más fácil y se secó. Si, empezaron a desaparecer los árboles y
el verde, y mis labios automáticamente pidieron manteca de cacao. Seco seco.
Al llegar a la ciudad, hicimos lo de
siempre: empezar a ubicarnos. Saber dónde queda el zócalo (plaza), el mercado,
buscar un mapa, dejar el auto y dar una vuelta caminando. Lo primero que nos
sorprendió fue que la plaza estaba llena de carpas de maestros, en constante
reclamo, algo ya habitual en esta ciudad,
pero esta vez se sumaba la lucha por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.
Más tarde fuimos para la casa de Kati, y
nos quedamos charlando horas. Era su primera experiencia como couchsurfer, y
estaba muy feliz de conocer nuestra historia. No podía creer que estuviéramos
juntos desde hace tantos años y más aún viajando y compartiendo las 24 horas
del día. Según ella, gracias a nuestra historia, aún hay esperanza en el amor!
Estuvimos un día completo recorriendo la
ciudad, caminando por sus callecitas a ritmo lento y pausado. Almorzamos con
Summer en el mercado y finalmente probamos el famosísimo mole.
El mole es una comida típica, que se
disputa su origen entre Oaxaca y Puebla. Se trata de una salsa hecha con muchas
clases de chile y otras especias, que se usa para acompañar pollo o carne. En
Oaxaca dicen que hay 7 clases de mole. En el mercado, nos dieron a probar entre
tres clases: El mole negro (que es bien oscuro y tiene cacao, por eso su sabor
achocolatado), el mole coloradito y el verde. Nos decidimos por el coloradito y
no nos arrepentimos!
Al día siguiente hicimos tantas cosas que
no parece que fuera un solo día.
Nos levantamos muy temprano para visitar
Hierve el Agua, un lugar increíble, ese que nos sorprendió nuevamente. Son
aguas termales pero frías, con mucho azufre, que brotan desde la montaña y en
su avance van dejando sedimentos. Vista desde arriba, se forman unas piscinas
panorámicas al borde de la montaña donde te podés bañar. Si caminás un poco y
le das la vuelta, vas a ver una cascada petrificada formada durante muchísimos
años.
Hicimos bien en llegar muy temprano porque
pudimos disfrutar del lugar solos y sin tanto calor. A medida que pasaban las
horas, subía la temperatura y con ella la cantidad de gente que iba a visitar
el lugar.
Sin duda este fue uno de los lugares más
lindos que hemos visto en México!
Desde allí, nos fuimos a conocer acerca del
proceso de fabricación del Mezcal, una bebida típica de México hecha con
Maguey, una especie de cactus. Es una bebida destilada y en Oaxaca hay muchas
variedades, hasta con el famoso gusano! Para darle un paralelismo, el tequila
es sólo un tipo de mezcal.
Avanzamos hasta Teotitlán del Valle, pueblo
en el que su gente se especializa en el tejido en telar. Hablamos con el Señor
Porfirio Santiago Méndez, de “Casa Santiago” quien nos contó que toda su
familia se dedica al tejido. Lo hacían sus abuelos y ahora lo ayudan sus hijos.
Ellos compran la lana directamente cortada de la oveja, la cardan, la cepillan
muchas veces y luego la hilan con una rueca.
Con elementos sacados de la
naturaleza, hacen todos los colores y tiñen la lana. Luego, según el tamaño de
tapete que necesitan, usan los distintos telares para tejer y lograr los más
variados y coloridos diseños.
Le preguntamos si alguna vez se había olvidado
algún punto o se había equivocado al tejer. Nos respondió que muy pocas veces,
porque no tejen en forma automática, sino que están muy concentrados en el
trabajo, y aunque estén uno al lado del otro, no charlan entre ellos.
El paseo terminó en otro pueblo llamado El
Tule, donde se encuentra un árbol que se calcula tiene más de 2000 años, 42 metros de alto, 14 metros de diámetro y 58 metros de grosor. Está
al lado de una iglesia y nos dio escalofríos de solo pensar en toda la historia
que ha visto pasar por delante de sus “ojos”. Estaría buenísimo que nos pudiera
contar algo de todo eso, no?
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