El lunes siguiente al rodeo en Lethem, osea el 21 de abril,
era mi cumpleaños número 31. Habíamos decidido festejarlo viajando y nos
proponíamos salir de Guyana y llegar a Venezuela, pasando por Brasil, todo en
un mismo día.
Sería un largo camino y empezó con lluvia torrencial. Buen
augurio, como el día de nuestra partida. No podía ser mejor. Mates para el
camino y a rodar…
Todo fue muy bien. Llegamos a la frontera de Brasil con
Venezuela a las 2 de la tarde y luego de esperar 2 horas nos dieron la mala
noticia de que el seguro que habíamos comprado para el auto no servía, que no
estaba autorizado por no se quien y que si queríamos que nos dejen entrar al
país teníamos que ir hasta la ciudad fronteriza Santa Elena de Uairén a comprar
un seguro nuevo y volver.
A todo esto eran casi las 5 de la tarde y la espera nos
había hecho perder la paciencia. Hablamos bien, le explicamos que era mi
cumpleaños, pero no sirvió. Luego la conversación se puso más dura, medio que
nos peleamos, lloré y nos fuimos. No sirvió de nada. No podía estar pasándome
esto en mi cumpleaños.
Teníamos que pasar la noche en la frontera y volver al día
siguiente con el seguro.
Gaby intentaba hacerme sentir mejor, y salimos a buscar un
hotel para poder hablar con la familia y amigos. En el primero al que fuimos no
nos atendieron, en el segundo no nos quisieron mostrar la habitación y en el
tercero nos quedamos.
Estábamos viendo los saludos por mi cumple y ya me sentía un
poco mejor, hasta que empezó a sonar música a todo volumen en el área común del
hotel. Maldije mi suerte pensando en que no íbamos a poder dormir, cuando
empiezan a pasar “Las mañanitas”. Uy, alguien cumple años afuera. Asomamos la
nariz por la puerta, cual perritos tímidos y salimos. Saludamos al cumpleañero,
le dijimos que también era el mío y nos invitaron a compartir con ellos, nos
convidaron torta y flan. Mi mamá estaba
triste porque era la primera vez que no me hacía torta para mi cumpleaños, pero
de alguna otra manera la tuve. Y estaba riquísima! (no tanto como las tuyas,
vieja!)
El día siguiente cumplimos con los trámites que nos pedían y
salimos a recorrer la Gran Sabana, un gran territorio al sur de Venezuela, que
tiene un paisaje muy distinto al de todo el país. Es parte del Parque Nacional
Canaima y es más fresco porque está en altura.
Desde allí se puede visitar el imponente Tepuy Roraima,
innumerables cascadas y para los más adinerados o aventureros el Salto El
Angel, el salto más alto del mundo, con 979 metros.
Nuestro recorrido se limitó básicamente a la ruta principal.
Estaba comenzando la temporada de lluvia y los distintos caminos que se desvían
del asfalto no eran aptos para la Kangooneta. Además, veníamos con el barro y
la tierra hasta el cuello por el interminable camino de Guyana.
Visitamos distintas cascadas, siendo la más linda la
Quebrada de Jaspe, donde el agua corre por una superficie de piedra que parece
cerámica rojiza.
Pasamos la noche en San Francisco de Yuruaní, un pequeño
pueblito indígena, para al día siguiente arrancar temprano hacia Paraitepui,
otro pueblito indígena desde donde salen las caminatas hacia la cima del
Roraima, esta llamativa montaña, que, como todos los Tepuyes, tiene la cima
como una meseta. Es como si hubieran agarrado un machete y la hubieran cortado.
5 días (3 de ida y 2 de vuelta) hacia la triple frontera entre Venezuela,
Brasil y Guyana.
La verdad es que no teníamos idea de todo lo que se podía
hacer, pero de haber sabido antes, lo hubiéramos organizado mejor. No teníamos
equipo para subir, ni gente que nos acompañe para compartir los gastos del guía
(que es obligatorio), y un pequeño detalle, el estado físico. Aunque eso
hubiera sido lo de menos. Destruidos, hubiéramos llegado igual.
En fin, nuestro objetivo era acercarnos lo más posible al Roraima
para verlo, para admirar su imponencia, pero… estaba nublado.
El guía nos dijo que si llovía durante el día en la cima, a
la tarde se despejaba. Era un lugar lindo, tranquilo, fresco y decidimos
quedarnos a esperar.
Abrimos el toldito para cubrirnos del sol y de los
chaparrones que caían a cada rato, hasta que, como a las 3 de la tarde, nos
rendimos. Seguía nublado y teníamos que desandar el camino desastroso que nos
había llevado hasta allí. Ya no lo íbamos a ver.
Una lástima pero era la
realidad. Juntamos todo y emprendimos la retirada. Intento de retirada. Con la
lluvia que había caído se había armado barrito y las ruedas de la Kangooneta
empezaron a resbalar y no avanzaba. Había una leve pendiente y no podía creer
lo que nos estaba pasando. Hicimos varios intentos sin éxito hasta que
empezamos a poner las alfombras del auto, palitos y piedras para darle a las
ruedas otra superficie de agarre. Habíamos hecho casi mil kilómetros para ir y
venir de las Guyanas por un camino de barro con pozos y agua hasta el capot y
no habíamos estado ni cerca de que nos pase esto.
No puede ser. Florencia tranquilízate. De última mañana
algún auto nos ayudará a salir. Tenemos comida, agua, estamos en un lugar
tranquilo para dormir. No pasa nada. El guardaparques y la gente que andaba por
ahí a la mañana había desaparecido. Era como que todos se habían escondido. Yo
le decía a Gaby que vaya a buscar a alguien para que nos ayude. El insistía en
que todo el pueblo ya sabía lo que nos había pasado y que si no venían era por
algo.
45 minutos más tarde aparecen dos hombres y luego de un
intercambio de palabras se ofrecen a ayudarnos a empujar si les dábamos una
colaboración.
Gaby no hablaba. Lo conozco y sabía que estaba indignado.
Cuando en el mundo uno cobra por empujar un auto que se quedó? Yo intentaba
calmarlo, decirle que esta gente vive del turismo y que nos ven a nosotros y
ven plata. La empujada sirvió y un rato más tarde estábamos de vuelta en el
camino de asfalto.
Llegamos a dormir cerca de una cascada. Era casi de noche y
había dos señores trabajando en la rueda de un auto. Nos acercamos para ver si
necesitaban algo. Se les había roto en Santa Elena; habían pagado para que se
lo arreglen y se había vuelto a romper. Estaban ahí desde el mediodía y les
hicimos compañía conversando un rato.
Uno de ellos era demasiado optimista. No podía evitar
comparar la actitud relajada del tipo, que decía que estaban bien, en un lugar
seguro y que de alguna manera lo iban a resolver, con mi actitud un rato antes,
cuando me volví loca porque el auto se había quedado en el barro en un lugar
más que tranquilo.
Terminaron de armar la rueda y salieron a la ruta a
probarlo. Dijeron que volvían a pasar la noche ahí, pero había pasado más de
una hora y no regresaban.
Cuando nos estábamos por acostar llega un auto con un tipo
solo hablando en portuñol. Estaba asustado diciendo que le había llamado la
atención un auto estacionado en la banquina, pero más que transmitir eso, nos
dio miedo. Dijo que se le había roto el auto, que había llamado a la grúa para
que lo fuera a buscar al día siguiente y que iba a pasar la noche ahí, al lado
nuestro.
Nos despedimos del tipo y cuando no nos podía ver dijimos al
unísono: Este tipo no me gusta. Lo sentimos los dos por igual. En ese lugar no
había señal de celular para llamar a ninguna grúa y además, si se le había roto
el auto, como había llegado justo hasta ahí?
Decidimos irnos a dormir a otro lado. Sabíamos de un paraje
a unos 50 km y aunque no nos gusta viajar de noche, lo preferíamos a quedarnos
ahí con miedo.
Estábamos a punto de partir cuando llegaron los que se
habían ido a probar el auto. Y ahí nos relajamos y decidimos quedarnos.
A la mañana siguiente, mientras organizábamos para llevar a
los señores del auto roto hasta un pueblito cercano y le dábamos gasolina a uno
en moto que se había quedado sin (hay que ser idiota para quedarse sin gasolina
en Venezuela, cuando con U$S 0,50 cargas 50 litros), se acerca el que hablaba
en portuñol repartiendo evangelios y diciendo que era pastor y que quería que
nos llevemos la palabra de Dios.
Todo lo que nos había pasado en las últimas horas era muy
raro y nos hizo pensar.
Nos habían cobrado por ayudar a empujar el auto y al rato
nos tocó a nosotros ayudar a otros.
Las personas que nos inspiraron confianza no eran pastores
ni religiosos pero desconfiamos de quien sí lo era.
En este tiempo de viaje aprendimos a guiarnos más por
nuestros instintos y a sentir más las cosas.
Y hemos decidido hacernos caso, escucharnos, percibir lo que
pasa a nuestro alrededor y actuar según eso.
Darle importancia a las cosas que realmente la tienen,
aunque a veces sea difícil y se ponga a prueba toda nuestra paciencia e
integridad.
Como dijo Gaby una vez, en esta vida siempre vamos a ser estudiantes…
Qué hermos todo!!!!!!!!!! Excelentes los relatos!!!!
ResponderEliminarBesos para los dos!!!
Buen viaje Pa Panamá!!!!!!!
M
En los viajes no todo es dulce,pero Dios te puso una torta en el camino.
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