sábado, 28 de junio de 2014

La Gran Sabana Venezolana


El lunes siguiente al rodeo en Lethem, osea el 21 de abril, era mi cumpleaños número 31. Habíamos decidido festejarlo viajando y nos proponíamos salir de Guyana y llegar a Venezuela, pasando por Brasil, todo en un mismo día.
Sería un largo camino y empezó con lluvia torrencial. Buen augurio, como el día de nuestra partida. No podía ser mejor. Mates para el camino y a rodar…



Todo fue muy bien. Llegamos a la frontera de Brasil con Venezuela a las 2 de la tarde y luego de esperar 2 horas nos dieron la mala noticia de que el seguro que habíamos comprado para el auto no servía, que no estaba autorizado por no se quien y que si queríamos que nos dejen entrar al país teníamos que ir hasta la ciudad fronteriza Santa Elena de Uairén a comprar un seguro nuevo y volver.
A todo esto eran casi las 5 de la tarde y la espera nos había hecho perder la paciencia. Hablamos bien, le explicamos que era mi cumpleaños, pero no sirvió. Luego la conversación se puso más dura, medio que nos peleamos, lloré y nos fuimos. No sirvió de nada. No podía estar pasándome esto en mi cumpleaños.
Teníamos que pasar la noche en la frontera y volver al día siguiente con el seguro.
Gaby intentaba hacerme sentir mejor, y salimos a buscar un hotel para poder hablar con la familia y amigos. En el primero al que fuimos no nos atendieron, en el segundo no nos quisieron mostrar la habitación y en el tercero nos quedamos.
Estábamos viendo los saludos por mi cumple y ya me sentía un poco mejor, hasta que empezó a sonar música a todo volumen en el área común del hotel. Maldije mi suerte pensando en que no íbamos a poder dormir, cuando empiezan a pasar “Las mañanitas”. Uy, alguien cumple años afuera. Asomamos la nariz por la puerta, cual perritos tímidos y salimos. Saludamos al cumpleañero, le dijimos que también era el mío y nos invitaron a compartir con ellos, nos convidaron torta y flan.  Mi mamá estaba triste porque era la primera vez que no me hacía torta para mi cumpleaños, pero de alguna otra manera la tuve. Y estaba riquísima! (no tanto como las tuyas, vieja!)


El día siguiente cumplimos con los trámites que nos pedían y salimos a recorrer la Gran Sabana, un gran territorio al sur de Venezuela, que tiene un paisaje muy distinto al de todo el país. Es parte del Parque Nacional Canaima y es más fresco porque está en altura.
Desde allí se puede visitar el imponente Tepuy Roraima, innumerables cascadas y para los más adinerados o aventureros el Salto El Angel, el salto más alto del mundo, con 979 metros.
Nuestro recorrido se limitó básicamente a la ruta principal. Estaba comenzando la temporada de lluvia y los distintos caminos que se desvían del asfalto no eran aptos para la Kangooneta. Además, veníamos con el barro y la tierra hasta el cuello por el interminable camino de Guyana.



Visitamos distintas cascadas, siendo la más linda la Quebrada de Jaspe, donde el agua corre por una superficie de piedra que parece cerámica rojiza.



Pasamos la noche en San Francisco de Yuruaní, un pequeño pueblito indígena, para al día siguiente arrancar temprano hacia Paraitepui, otro pueblito indígena desde donde salen las caminatas hacia la cima del Roraima, esta llamativa montaña, que, como todos los Tepuyes, tiene la cima como una meseta. Es como si hubieran agarrado un machete y la hubieran cortado. 5 días (3 de ida y 2 de vuelta) hacia la triple frontera entre Venezuela, Brasil y Guyana.
La verdad es que no teníamos idea de todo lo que se podía hacer, pero de haber sabido antes, lo hubiéramos organizado mejor. No teníamos equipo para subir, ni gente que nos acompañe para compartir los gastos del guía (que es obligatorio), y un pequeño detalle, el estado físico. Aunque eso hubiera sido lo de menos. Destruidos, hubiéramos llegado igual.
En fin, nuestro objetivo era acercarnos lo más posible al Roraima para verlo, para admirar su imponencia, pero… estaba nublado.
El guía nos dijo que si llovía durante el día en la cima, a la tarde se despejaba. Era un lugar lindo, tranquilo, fresco y decidimos quedarnos a esperar.
Abrimos el toldito para cubrirnos del sol y de los chaparrones que caían a cada rato, hasta que, como a las 3 de la tarde, nos rendimos. Seguía nublado y teníamos que desandar el camino desastroso que nos había llevado hasta allí. Ya no lo íbamos a ver. 


Una lástima pero era la realidad. Juntamos todo y emprendimos la retirada. Intento de retirada. Con la lluvia que había caído se había armado barrito y las ruedas de la Kangooneta empezaron a resbalar y no avanzaba. Había una leve pendiente y no podía creer lo que nos estaba pasando. Hicimos varios intentos sin éxito hasta que empezamos a poner las alfombras del auto, palitos y piedras para darle a las ruedas otra superficie de agarre. Habíamos hecho casi mil kilómetros para ir y venir de las Guyanas por un camino de barro con pozos y agua hasta el capot y no habíamos estado ni cerca de que nos pase esto.
No puede ser. Florencia tranquilízate. De última mañana algún auto nos ayudará a salir. Tenemos comida, agua, estamos en un lugar tranquilo para dormir. No pasa nada. El guardaparques y la gente que andaba por ahí a la mañana había desaparecido. Era como que todos se habían escondido. Yo le decía a Gaby que vaya a buscar a alguien para que nos ayude. El insistía en que todo el pueblo ya sabía lo que nos había pasado y que si no venían era por algo.
45 minutos más tarde aparecen dos hombres y luego de un intercambio de palabras se ofrecen a ayudarnos a empujar si les dábamos una colaboración.
Gaby no hablaba. Lo conozco y sabía que estaba indignado. Cuando en el mundo uno cobra por empujar un auto que se quedó? Yo intentaba calmarlo, decirle que esta gente vive del turismo y que nos ven a nosotros y ven plata. La empujada sirvió y un rato más tarde estábamos de vuelta en el camino de asfalto.



Llegamos a dormir cerca de una cascada. Era casi de noche y había dos señores trabajando en la rueda de un auto. Nos acercamos para ver si necesitaban algo. Se les había roto en Santa Elena; habían pagado para que se lo arreglen y se había vuelto a romper. Estaban ahí desde el mediodía y les hicimos compañía conversando un rato.
Uno de ellos era demasiado optimista. No podía evitar comparar la actitud relajada del tipo, que decía que estaban bien, en un lugar seguro y que de alguna manera lo iban a resolver, con mi actitud un rato antes, cuando me volví loca porque el auto se había quedado en el barro en un lugar más que tranquilo.
Terminaron de armar la rueda y salieron a la ruta a probarlo. Dijeron que volvían a pasar la noche ahí, pero había pasado más de una hora y no regresaban.
Cuando nos estábamos por acostar llega un auto con un tipo solo hablando en portuñol. Estaba asustado diciendo que le había llamado la atención un auto estacionado en la banquina, pero más que transmitir eso, nos dio miedo. Dijo que se le había roto el auto, que había llamado a la grúa para que lo fuera a buscar al día siguiente y que iba a pasar la noche ahí, al lado nuestro.
Nos despedimos del tipo y cuando no nos podía ver dijimos al unísono: Este tipo no me gusta. Lo sentimos los dos por igual. En ese lugar no había señal de celular para llamar a ninguna grúa y además, si se le había roto el auto, como había llegado justo hasta ahí?
Decidimos irnos a dormir a otro lado. Sabíamos de un paraje a unos 50 km y aunque no nos gusta viajar de noche, lo preferíamos a quedarnos ahí con miedo.
Estábamos a punto de partir cuando llegaron los que se habían ido a probar el auto. Y ahí nos relajamos y decidimos quedarnos.
A la mañana siguiente, mientras organizábamos para llevar a los señores del auto roto hasta un pueblito cercano y le dábamos gasolina a uno en moto que se había quedado sin (hay que ser idiota para quedarse sin gasolina en Venezuela, cuando con U$S 0,50 cargas 50 litros), se acerca el que hablaba en portuñol repartiendo evangelios y diciendo que era pastor y que quería que nos llevemos la palabra de Dios.

Todo lo que nos había pasado en las últimas horas era muy raro y nos hizo pensar.
Nos habían cobrado por ayudar a empujar el auto y al rato nos tocó a nosotros ayudar a otros.
Las personas que nos inspiraron confianza no eran pastores ni religiosos pero desconfiamos de quien sí lo era.
En este tiempo de viaje aprendimos a guiarnos más por nuestros instintos y a sentir más las cosas.
Y hemos decidido hacernos caso, escucharnos, percibir lo que pasa a nuestro alrededor y actuar según eso.
Darle importancia a las cosas que realmente la tienen, aunque a veces sea difícil y se ponga a prueba toda nuestra paciencia e integridad.



2 comentarios:

  1. Qué hermos todo!!!!!!!!!! Excelentes los relatos!!!!
    Besos para los dos!!!
    Buen viaje Pa Panamá!!!!!!!

    M

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  2. En los viajes no todo es dulce,pero Dios te puso una torta en el camino.

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