miércoles, 3 de diciembre de 2014

El día que Catalina se teletransportó para ir a visitarme.

Les gustaría que inventaran la teletransportación? Significaría un cambio radical del mundo como lo conocemos, un cambio hacia lo inmediato, sin pensar en costos claro. Sin ir más lejos, todos mis años de viajar por trabajo hubieran sido más sencillos: no hubiera gastado tantas horas en aeropuertos y en vuelos. Para muchos sería algo espectacular. Ahora, para los que nos gusta viajar y conocer, los que disfrutamos del camino más que de llegar a un lugar y tenemos el tiempo para hacerlo, no estaría tan bueno. Elegiríamos no usar ese “servicio”, aunque estaría bueno tener la opción.
Tal vez las películas de ciencia ficción me hayan hecho mal. Me declaro fanática de las películas acerca de viajes en el tiempo y esas cosas. Pero esto que les voy a contar pasó de verdad.  A veces, está bueno creer en imposibles. Y yo, estoy convencida de que ese día Catalina, mi gata, me fue a visitar a Guatemala.

Cata y yo en Guatemala

Catalina apareció en mi vida pocos días después de conocer a Gaby,  hace casi 9 años. Siempre había querido un gato negro, pero como teníamos a Fernet, nuestro perro, parecía incompatible. Me había fisurado el codo y andaba con un yeso. Mi papá la encontró abandonada en una zanja en Laferrere y me la llevó de regalo. Era una bolita negra con ojos, y a pesar de que pensamos que Fernet se la iba a querer comer, desde el primer día él le movía la cola y ella le mostraba los dientes y amenazaba con arañarlo. Desde ese día supimos cuál de los dos iba a dominar al otro.

Bola negra con ojos
A pesar de estar castrada, Cata se volvió medio salvaje. Dejó de usar sus piedritas y no sabemos dónde hace sus necesidades porque se va por ahí. Sale por los techos y la gata de la vecina no puede ni acercarse a casa porque ese es SU territorio. Se pasa horas observando un nido de pajaritos en el árbol de la puerta de casa intentando cazar algún pichón, mientras la mamá vuela por encima de su cabeza. A veces se hace con alguna presa y se la lleva a mi abuela, medio vivo, como mostrándole el trofeo. Es un asco porque la deja debajo de la cama, pero para ella es un orgullo.
Cuando con Gaby nos fuimos a vivir juntos la tuve que abandonar.  Yo viajaba mucho y Gaby casi no estaba en la casa. Supo conquistar a todos y desde que Fernet no está, es la reina de la casa. Siempre que veo un gato negro, imagino a Catalina y me gustaría ir y abrazarla y apretujarla y que me rechace, porque así son los gatos.

La reina de la casa
Fernet y Cata tomando fresco. 
Por lo que me dijeron, es el único gato que se queda quieto panza arriba para que le hagan mimos
La cuestión es que ese día, a orillas del Lago de Atitlán, Cata se teletransportó y me fue a visitar.
Era de noche y estábamos terminando de cenar cuando escuché un maullido a la distancia. Empecé a responder a ese maullido y sentía la respuesta cada vez más cerca, hasta que salió de las sombras y se dejó ver. Era un gato igual a Catalina que se acercó a mí con toda confianza, algo muy raro en un gato extraño. Comenzó a frotarse contra la silla en la que estaba sentada y luego contra mis piernas, la acaricié y ronroneaba. El amor era mutuo. No tardó mucho en subirse a mis piernas y en dejarse mimar. Era algo increíble, ERA Catalina. Así estuvimos un largo rato, meta caricias, hasta que tenía que hacer otras cosas y la bajé, pero ella seguía buscándome con la misma intensidad del primer momento. Logré que se fuera pero regresó al cabo de un rato y me costaba resistirme a esa búsqueda de amor tan genuina. Nunca pensé en si era de la calle o si tendría alguna enfermedad. Lo más probable era que no lo fuera. Estaba gordito y bien alimentado y tenía el pelaje precioso.
Las muestras de cariño duraron un rato más hasta que nos fuimos a dormir, y ahí empezó la pesadilla. Minutos después de que nos metiéramos en la Kangooneta sentimos que se subió al capot y empezó a maullar. Estaba segura de que me estaba llamando a mí, y para que se fuera y nos dejara dormir, decidimos quedarnos quietitos sin movernos ni hablar para que se canse. La sentíamos caminar por el auto, subirse al techo, bajar nuevamente al capot, caminar hacia un lado y hacia el otro. Estaba muy cerca de nosotros y solo la separaba el vidrio. Pero pasaba el tiempo y no se iba. Si pretendíamos dormir, no podía ser yo la que la echara, tenía que ser Gaby.
Corrió la cortina para verla y la desfachatada estaba paradita en sus 4 patas sobre el espejo lateral del auto. Tan quietita que parecía una gárgola. Gaby la echó y se fue, pero al rato volvió y la volvimos a echar. La tercera fue la vencida. A todo esto ya eran como las 3 de la mañana y teníamos que levantarnos temprano porque viajaríamos para La Antigua.

Aprendí que no debo volver a hacer algo así con un gato callejero, pero fue lindo mientras duró y lo disfruté mucho. 
Gracias Catalina por teletransportarte e ir a visitarme! 




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