Como muchos saben, ya estamos de regreso en Argentina desde
el 18 de noviembre. Pasamos dos meses hermosos a puro reencuentro con la
familia y amigos, nos comimos todo para las fiestas (y lo seguimos haciendo) y
nos pusimos al día con todo lo que extrañabamos.
La habíamos dejado en el puerto de Baltimore, Estados
Unidos, el 4 de noviembre, solita y desamparada, bajo una tormenta espantosa, y
hace dos días, luego de mucha espera, pudimos reencontrarnos con ella.
Ya sabíamos que no iba a ser fácil, que iba a ser un día
largo y agotador.
Nos tomamos el Buquebus a Colonia, de ahí un micro a
Montevideo, Uruguay, y llegamos a las 6 de la madrugada. A las 9 comenzamos los
trámites, con mucha paciencia y siempre una sonrisa ante todo. Lidiando con el
calor agotador de enero, aunque por suerte estaba nublado, íbamos de una
oficina a otra, entregando papeles, esperando sellos, autorizando trámites. En
fin, mucha burocracia.
A las 4 de la tarde, logramos entrar al puerto. Gaby ya
había estado en los puertos de Cartagena (Colombia), Panamá y Baltimore
(Estados Unidos), y esta vez fue la más relajada de todas. No nos pidieron
ningún documento y cualquier persona podía entrar así como si nada. Claro,
estaba lleno de cruceros y la terminal de Buquebus, pero nosotros teníamos que
ir más lejos.
Avanzamos siguiendo las indicaciones que nos habían dado, y
de repente nos encontramos caminando entre contenedores, grúas, camiones
gigantes y un señor vendiendo helado en ojotas! Cero medidas de seguridad!
Faltaba un papel más, y mientras lo hacíamos, una chica que
estaba haciendo trámites en la misma oficina, se ofreció a llevarnos hasta el
depósito donde estaba la Kangooneta. Y menos mal, porque eran como 2 kilómetros
que íbamos a tener que caminar esquivando camiones.
Llegamos al lugar y nos reconocieron en seguida: Ustedes son
los que anduvieron por todos lados? Y mientras contábamos la historia del
viaje, íbamos firmando papeles y terminando con toda la burocracia para ir a abrazarla.
Es una sensación difícil de explicar para quien no tuvo una
compañera fiel durante tanto tiempo, testigo de tantas cosas. Y para quienes
preguntaban si la íbamos a abandonar por ahí, la respuesta es NI LOCOS!!! Nos
va a seguir acompañando durante mucho tiempo más!
Nos recibió con los brazos abiertos como siempre, y aunque
no arrancó (por los dos meses que pasó sin andar se descargó la batería), le
hicimos puente y enseguida se puso en marcha, lista para seguir recorriendo.
Nos encontramos con Mariano, quien nos seguía en el viaje, y
nos fuimos a tomar unos mates a su casa. Previa parada para darle de comer a la
Kangooneta, conocimos a su esposa y charlamos un rato.
Tuvimos que seguir viaje para ir a conocer la tan famosa
LIBERTAD, de la que Juan, nuestro amigo
uruguayo que vive en Canadá, tanto nos
ha hablado. Juan es a quien más veces hemos cruzado en viaje. La primera vez en
Panamá, luego cuando lo fuimos a visitar a Inuvik, y ahora en su ciudad natal.
Cenamos con él, pasamos la noche ahí, desayunamos unos mates
con bizcochos (los bizcochos uruguayos son como nuestras facturas, pero la
diferencia es que en lugar de venderse por docena, se venden por kilo. Por eso
los hacen bien chiquitos, para que te de la sensación de que compras mucho… y
también comés mucho, porque perdés la cuenta de cuantos comiste, un problemón!)
Luego de unas horas de viaje llegamos a Fray Bentos, donde
después de un trámite muy sencillo, pasamos el control migratorio para avanzar
por el Puente Internacional y, en menos de lo que imaginamos, con el corazón
latiendo a más no poder, estábamos circulando con la Kangooneta por RUTAS
ARGENTINAS!!!
Viste cuando el corazón está a punto de explotar? Bueno,
así.
Bienvenida Kangooneta a la Argentina!!!
Faltaba poco para el atardecer, pero decidimos seguir con rumbo a Lincoln, donde estamos ahora en el taller de Diego, nuestro gran amigo y mecánico de confianza.
Es tan lindo volver a la ruta… Te da tal sensación de
libertad y plenitud, que se compara con pocas cosas… y volver a ser testigos de
atardeceres como este, no tiene precio.
Es en momentos así, donde volvemos a afirmar que vale la
pena el sacrificio, que vale la pena la ¨precariedad¨ con la que elegimos vivir
estos dos años y medio, que vale la pena buscar una vida más sencilla…
Y la Kangooneta… que hizo durante estos dos meses sin
nosotros en medio del océano?
Ya se van a enterar! Volvió con ganas de contarnos todo!
Que bueno chicos! Me imagino la emoción del reencuentro y de la vuelta a las rutas. Esperamos ansiosos conocer las aventuras de la Kangooneta en altamar. ¡Lo mejor para lo que se venga!
ResponderEliminarHola!! Hoy lei su pagina y realmente estoy impresionado y emocionado leyendo cada linea! Dos preguntas! En algun momento pensaron quedarse viviendo en otro pais? Y cuanto dinero les costo llegar desde argentina hasta alaska? Un abrazo para ustedes! Saludos desde chile
ResponderEliminarChicos! Hola! Ya tenemos su libro, leímos todas sus publicaciones y nos queda por saber cómo hicieron a la vuelta con la kangoo para entrar la a Argentina, tenemos entendido que te cobran una multa por haber estado tanto tiempo fuera del país... A uds les pasó??
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