Si decimos Carnaval, seguramente te imaginás que hace calor,
una batucada, cuerpos semidesnudos, plumas, lentejuelas, espuma o nieve loca,
fiesta, joda.
En México el Carnaval se vive totalmente diferente y está
muy lejos de ser como el de Río de Janeiro. Aquí no se toman los días feriados
por Carnaval, y al igual que en Argentina, hay festejos solo en algunos
lugares.
Los más reconocidos son en Veracruz, y en Cuernavaca (o Tepoztlán). Por una cuestión de cercanía
con el DF, decidimos ir a Tepoztlán, en el Estado Morelos, ya que además es un
pueblo mágico y está lejos de ser una gran ciudad como Cuernavaca.
A menos de 100 km de Ciudad de México nos encontramos con un
pueblo lleno de gente, puestos callejeros, guirnaldas, música, bailes. Era el
primer día de Carnaval y no teníamos idea de con qué nos íbamos a encontrar.
Buscamos un lugar tranquilo y bastante alejado para dejar la Kangooneta y nos
perdimos en sus callecitas.
Esquivando a la multitud de gente y atraídos por la música
llegamos al Zócalo (Parque Central) y descubrimos los bailes típicos de los Chinelos.
Se trata de personas con trajes típicos que consisten de largas túnicas con
bordados de diferentes diseños, máscaras con barba curva y puntiaguda y un gran
sombrero (que en realidad es parte de la máscara) con unas cadenas que lo
adornan. Lo más sorprendente de esto era la mezcla de sonidos, porque no había
una sola banda tocando música, sino que eran cuatro grupos diferentes, cada uno
con su banda y sus chinelos que avanzaban en círculos por la plaza bailando al
ritmo de quien sabe cuál música, porque era tal la mezcla que no se distinguía
una de otra.
Había puestos callejeros por todos lados, sobre todo de
comida, con gran variedad de platos típicos más que tentadores. También había
juegos del estilo parque de diversiones para los chicos y más comida!
Por la cantidad de gente que había no pudimos disfrutar del pueblo mágico en sí, de caminar tranquilos por sus calles adoquinadas ni de apreciar sus construcciones coloniales, pero lo vivimos de otra forma y nos gustó mucho también. Al fin y al cabo, habíamos ido buscando eso.
Faltando poco para el atardecer nos encomendamos en la tarea de buscar donde dormir. En Tepoz, como se le dice en confianza, el clima es muy agradable y era ideal para acampar. Estábamos felices cuando nos enteramos que había 2 campings algo alejados de la ciudad, pero no tanto cuando luego de buscarlos y de meternos por caminos de tierra (la Kangooneta venía limpita del encuentro con el Club de Renault), nos enteramos de que estaban cerrados porque era día de semana. Parece que estos pueblos viven del turismo de los fines de semana nomás. Ya era de noche, y después de muchas vueltas conseguimos un hotel que nos dejó dormir en el estacionamiento. Necesitábamos cargar pilas porque el día siguiente iba a ser bastante agitado.
Amanecimos temprano, con un clima hermoso: soleado y cálido,
y nos fuimos a “escalar” el Tepozteco, una zona arqueológica ubicada en la cima
de una montaña. Para llegar hay que subir 600 metros en tan solo 2 kilómetros.
La mayor parte de la subida tiene escalones y por suerte, hay bastante sombra,
porque la pendiente es matadora. La gran recompensa llega cuando alcanzas la
cima, subís a la pirámide y podes observar todo desde arriba. Y no podés evitar
pensar cómo fue que se les ocurrió hace más de 700 años construir una pirámide
justo ahí. La respuesta siempre tiene que ver con estar más cerca del sol, y
ahí sí que lo estás.
Descansamos arriba, nos cargamos de energía y cerca del
mediodía bajamos para visitar nuestro siguiente destino, en el segundo día de
Carnaval.
Viajamos un poco más de 100 kilometros para llegar a Taxco,
otro pueblo mágico en el Estado Guerrero. Faltando poco para llegar, la ruta te
hacer pasar obligatoriamente por un mirador y no lo podés creer. Nos hizo
pensar en Italia, en esos pueblos colgados de la montaña, con calles que son de
todo menos rectas y planas. Y es que Taxco se ubica en este lugar por su
cercanía con las minas de plata. Fue considerado el primer centro minero del
continente, y aún el comercio predominante de la ciudad es la venta de
artesanías de plata, aunque ya no se trabaja en las minas, se agotaron las
reservas.
El tránsito en Taxco es una locura! Las calles son mano
única, en su mayoría, y si te pasaste o te equivocaste de camino, pues tendrás
que dar una gran vuelta, volver a salir a la ruta y empezar otra vez. No fue
fácil encontrar un lugar para la Kangooneta y menos aún un lugar para dormir,
aunque lo logramos como siempre.
Algo que nos llamó la atención de este pueblo mágico fue su
gran iglesia de estilo barroco, que se ve desde cualquier lugar y la gran
cantidad de Vocho-Taxis, era como si nos invadieran!
Por la tarde estaban armando una gran estructura en el
zócalo. No sabíamos bien de qué se trataba, pero preguntamos y nos dijeron que
el show estaba programado para las 8 de la noche. Se terminaba el Carnaval y no
nos queríamos perder la fiesta.
Minutos antes de las
8, estábamos ubicados y listos para una nueva sorpresa: El castillo de pólvora (o luces). La estructura que veíamos
estaba cubierta completamente por petardos y algo así como bengalas. Todos
estaban conectados y sincronizados, por lo que cuando terminaba de iluminarse
una parte, se encendía la otra, y luego la otra, y así, hasta terminar en unos
toros del tamaño de un perro grande, también hechos en la misma estructura y llenos de petardos, que unos muchachos cargan para
espantar al público, que sale corriendo en dirección contraria buscando
refugio. Esta última parte no nos gustó
ya que era un tanto peligrosa, pero la primera sí. Era algo completamente nuevo
para nosotros y nos dejó asombrados.
Y así, sin lentejuelas ni plumas ni nieve loca, pasamos este
Carnaval en México. Esperamos que les haya gustado vivirlo con nosotros.
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